(Recorte y adaptación del capítulo 5 'Un modelo estructural de la Astrología' de "Astrología: El Manifiesto", Patrice Guinard; tesis doctoral en Filosofía de la Universidad de la Sorbona, París, 1993; traducción al español por Ángeles Rocamora en 2003)
Tanto en la interpretación por medio de la sincronicidad junguiana entre el estado psíquico del observador y la manifestación de acontecimientos exteriores, como en la explicación por la causalidad energética; es decir, en la concepción del astro-signo y el astro-causa, hay una presuposición de la separación entre estos dos campos ligados: el celeste y el terrestre-humano. Ya sea que se relacionan por influencia o por coincidencia, se supone al astro como exterior al organismo.
Jung admite que el
principio de sincronicidad no explica nada, sino que permite rendir cuenta de las
coincidencias significativas. Es una constatación de que dos acontecimientos
aparecen simultáneamente en la conciencia, sin que sepamos por qué, y que el
observador relaciona e interpreta. Al hacer esta asociación significativa, la
proposición se basa más en una teoría previa portada por el observador, que en
una constatación empírica de que en realidad exista una conexión a-causal. La
idea de conexión a-causal nace de las experiencias sobre telepatía y percepción
extrasensorial, pero esto no es un modelo de comprensión de la astrología, ya
que no tiene nada que ver con nada cíclico. Incluso Jung excluyó que la
sincronicidad pudiera aplicarse a la realidad astrológica, señalando que no
sería impensable que exista alguna relación causal entre los aspectos
planetarios del horóscopo de nacimiento y las disposiciones psicofisiológicas.
Con lo cual, si pudiera llegar a haber alguna relación causal, no tiene sentido
pensar en términos de sincronicidad. En todo caso, tal y como es definida por
Jung, la definición de sincronicidad se aplicaría más a los oráculos como el I
Ching o el Tarot, mientras que en la astrología no aplica para la natal, sino para
la astrología llamada “horaria”, que se aplica a responder preguntas, y que
podría ser el mismo piso sobre el que se sustenta la astrología aplicada a países
y empresas.
Sin embargo los astrólogos contemporáneos han izado la noción de sincronicidad como la panacea que justifica a la astrología en su conjunto, con lo cual se pretende autorizar a la práctica “adivinatoria”, la vertiente “astromántica” de la astrología, que en definitiva, es lo que la desacredita en su conjunto, siendo que después de milenios no ha predicho con suficiente fuerza y por sí misma ningún acontecimiento político o cultural importante. Existen casos más o menos interesantes, como el de Petrus Alliacus, quien a comienzos del siglo XV predijera para 1789 “numerosas conmociones y mutaciones notables en el mundo, principalmente en lo que concierne a las leyes y las sectas religiosas”, pero señala que esta formulación permanece vaga e imprecisa, y que “…no anuncia específicamente la ‘revolución francesa’ sino la venida del anticristo, incluso si podemos objetar que se trata de lo mismo”.
Esto no prohíbe que auténticos videntes y visionarios como Nostradamos predigan el futuro tomando como soporte la astrología, del mismo modo que merece ser tenida en cuenta la noción de sincronicidad, que se sustenta en un tipo de relación a-causal estadística que nace en el seno de la física del siglo XX. Sin embargo a partir de la aplicación de esta herramienta a la astrología surgen las astro-estadísticas, cuyos resultados suelen ser forzados o muy blandos, al buscar correlaciones entre la posición de los astros y los resultados de tests, ajenos a los modelos astrológicos, para corroborar científicamente que existe una relación significativa de correspondencia entre arriba y abajo.
La astrología matricial difiere además por su naturaleza de las prácticas adivinatorias, ya que no tiene el mismo propósito cognitivo ni pone en juego las mismas disposiciones psico-mentales. Muestra en cambio una realidad continuamente presente y familiar para la conciencia, y no da a prever una realidad que le sería exterior. Queda ligada al Logos matricial, sin añadir el Nomos experimental de la astronomía, ni la Manteia augural de las prácticas adivinatorias, incluso si la astrología mantiene relaciones con estos.
Los paradigmas de la hermenéutica y de la física son inadecuados para la astrología, ya que no hay influencia externa, ni coincidencia significativa, sino más bien, una incidencia formativa interna, es decir, organización de efectos estructurales que siguen a la impregnación del sistema nervioso por los ciclos planetarios. La impresión psíquico-astral no es la marca física de las “influencias”, no hay una huella del tema natal en el momento del nacimiento; sino una integración condicional y ocasional de formas endopsíquicas diferenciadas, que se actualizan por su repetición y su frecuencia. La incidencia astral necesita de una aproximación sistémica y rítmica. En este sentido, la astrología no es causalista, ni simbolista, sino estructuralista.
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